Los humanos solemos explicar nuestra existencia de dos maneras: algunos creemos que fuimos creados como por generación espontánea, en una forma inmejorable e inmutable, y otros que somos un producto culmen de la evolución, que nuestros antepasados fueron imperfectos pero nosotros ya no lo somos. Independientemente de sus diferencias —que son muchas—, estas visiones comparten la idea de que los humanos somos algo súper genial y excepcional.
Resulta complicado no opinar algo parecido porque a diario vemos que somos los amos del planeta, que hemos creado grandiosas ciudades y obras de arte, pisado la luna y navegado el espacio exterior. Tenemos pues una infinidad de elementos que respaldan a nuestro ego. Pero, aunque somos excepcionales en algunas pocas formas, la verdad es que una buena parte de esta percepción solo es el efecto de nuestra propia propaganda. En realidad, no somos tan perfectos como lo pensamos o como nos gustaría y vaya que nos conviene saberlo; ahora más que nunca.
Algunos psicólogos, matemáticos y economistas han dedicado buena parte de sus carreras precisamente a estudiar las formas en las que somos imperfectos, las maneras en las que percibimos defectuosamente el mundo, y han evidenciado, entre otras cosas, que nuestro cerebro se encuentra muy lejos de ser un instrumento sin defectos. De acuerdo a Tversky, un importante psicólogo de origen israelí, nuestro cerebro está programado, en términos generales, para proporcionar tantas certezas como sea posible y por ello comete errores sistemáticos de percepción y es altamente susceptible al engaño y la manipulación. Uno de estos errores cerebrales, —del que nadie está exento vale decir—, es el «sesgo de confirmación».
El sesgo de confirmación es un proceso inconsciente mediante el cual, una vez que una persona se forma una opinión, tiende a buscar y ponerle más atención a aquella información que confirma su juicio o justifica su acción. Este mecanismo resulta relevante a la hora de analizar nuestras opiniones, creencias y juicios, porque nos revela que si ya hemos tomado alguna postura en el pasado, incluso a partir de un prejuicio o de un análisis deficiente, es mucho más probable que ahora estemos buscando, inconsciente y sistemáticamente, datos que la confirmen (e ignorando todo aquello que la contradiga). Muy probablemente ni usted ni yo sigamos en redes sociales a personas que nos incomoden, pero no es una idea terrible porque esto podría permitirnos poner a prueba eventualmente nuestros argumentos y si es el caso, tener la oportunidad de salir del circulo vicioso del sesgo de confirmación.
El sesgo de confirmación es relevante también en función de nuestra conducta, particularmente de nuestros hábitos de consumo. Los vendedores más hábiles saben que lo más difícil en el mercado es convencer al cliente de que compre la primera vez un producto, porque una vez que este da el primer paso, de manera casi automática, comenzará a justificar su decisión. Bastará con que el producto sea medianamente bueno para que pase la prueba de confirmación. Y aunque el producto sea malo, una vez que lo hayamos adquirido es muy probable que comencemos a buscar elementos que nos permitan argumentar que es bueno, sencillamente porque la otra opción sería reconocer que nos hemos equivocado… y eso, aunque de repente lo hacemos, no nos gusta mucho.
El sesgo de confirmación es solo una de las muchas imperfecciones con las que tenemos que lidiar a diario todas las personas, desde el más listo hasta el menos, independientemente de nuestra condición social, cultural o económica. Ahora bien, infortunadamente nuestra naturaleza imperfecta es constantemente aprovechada por políticos, líderes y grandes compañías de negocios, quienes con frecuencia toman ventaja de nuestra resistencia a reconocer que nos hemos equivocado, para así crear y fortalecer lealtades y capitales. Pero no todo está perdido, algunas investigaciones han revelado que el conocimiento de estas condiciones es muy valioso porque puede permitirnos aminorar los efectos de estas predisposiciones mentales. El conocimiento es poder; poder para no ser manipulado de manera tan vehemente.
En esta época, en la que nos encontramos cada vez más siendo bombardeados por noticias falsas y por publicidad inconmensurable y muchas veces engañosa, bien vale la pena estar consciente de nuestras imperfecciones —que son muchas—, y de vez en cuando reevaluar nuestras creencias, opiniones y preferencias de mercado; no hacerlo resulta en una ventaja para los manipuladores, —que son muchos—.
Raúl Eduardo Rodríguez Márquez
Antropólogo y maestro en humanidades.
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Bibliografía
LEWIS, M. (2016). Deshaciendo errores. Kahneman, Tversky y la amistad que nos enseñó cómo funciona la mente. México: Debate.




