En un famoso experimento, el psicólogo estadounidense Solomon Asch demostró que los humanos nos vemos influidos en una medida alucinante por la opinión de los que nos rodean; incluso al punto enfermizo en que podemos llegar a no tomar en cuenta los hechos y la realidad. Asch mostró a un grupo considerable de individuos tres líneas en una tarjeta y les preguntó cuál era más larga. En la sala de investigación, todos eran colaboradores del psicólogo, menos uno: el sujeto estudiado. Este, lógicamente, no tenía conocimiento de esta circunstancia.

La respuesta correcta de la disyuntiva era evidente, no obstante, se les había pedido a los colaboradores que respondieran uno a uno erróneamente, a fin de observar cuál era la reacción del sujeto de prueba. En todas las ocasiones, el sujeto daba la misma respuesta equivocada del grupo. Se dejaba llevar por la corriente e incluso en ocasiones aseguraba haber percibido las cosas tal como las decían los demás.

A estos estudios se los conoce como los experimentos de conformidad. Se han replicado varias veces y han arrojado una y otra vez los mismos resultados. En función de esto se ha estimado que, en términos generales, esta conducta se debe a nuestra condición biológica de animales sociales, que conlleva entre otras cosas un ansia de pertenencia de grupo.

Es importante resaltar que como lo sugiere el experimento, esta ansia nos resulta de manera natural más intensa que la búsqueda de la verdad o la percepción de la realidad. Aparentemente es parte de un mecanismo con un gran valor de supervivencia relacionado con el aprendizaje social. Por ejemplo, en las especies sociales, las crías que siguen el ejemplo de sus madres y sus pares en cuanto a qué comer y qué evitar tienen más probabilidades de sobrevivir, en comparación con las que se aventuran a descubrirlo todo por sí mismas.

Ahora bien, ciertamente esta inclinación hacia el pensamiento de grupo puede seguir ahorrándonos en estos momentos problemas y energías en nuestras sociedades, pero también es un hecho que resultará prudente cada tanto considerar que no siempre los modelos y los grupos en los que nos desenvolvemos tendrán razón. Es imposible. La sabiduría cultural, tradicional o familiar puede, eventualmente, estar equivocada o incluso ser superada por nuevas formas de conocimiento. Debemos estar atentos a cuando las fuerzas de la conformidad entren en juego en nuestros cerebros y nublen nuestros juicios.

Para nuestra suerte no todas son malas noticias, Solomon Asch también descubrió en sus experimentos que una sola voz discordante puede cambiar todo el panorama. Cuando una sola persona se ciñe a la verdad, abre la puerta entera al cambio. En este escenario, los sujetos de prueba confían mucho más en la información que les brindan sus sentidos y se muestran más dispuestos a defender su punto de vista.

En términos bastante reales y objetivos, los humanos somos pues sujetos colectivos. Para bien y para mal.

Raúl Eduardo Rodríguez Márquez

Antropólogo con especialidad en arqueología, licenciado en derecho y maestro en humanidades.

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